Crónica
de un defecto anunciado.
Lectura del capítulo
6. “The Moral Basis of Politcal
Liberalims” del
libro The Autonomy of Morality de
Charles Larmore
Por Antonio Sáez López
Bajo
ese título, “La base moral del Liberalismo Político”, y dividido en nueve
amplios apartados, el profesor de Humanidades en la Universidad de Brown,
se introduce en el debate que en 1.995 mantuvieron dos titanes de la Filosofía Política ,
Habermas y Rawls. Pero no sólo se introduce Larmore en el núcleo de la
discusión de ambos pensadores, sino que toma partido por el liberalismo
político y presenta sus críticas a ambos. Desde el principio del capítulo, al
inicio de la Introducción ,
Larmore expone que el punto fundamental de convergencia de ambos autores
consiste en un defecto común. Señala que el acuerdo razonable entre ciudadanos
no puede servir como la fuente última de la autoridad política, como Habermas y
Rawls sostienen, ya que esta se basa
sobre el principio de respeto entre las
personas, que debe ser entendido como el antecedente a la voluntad
democrática. Sin embargo acepta Larmore
que los principios ideales de la democracia liberal deberían estar enmarcados y
legitimados sin recurrir a cualquier punto de vista particular comprehensivo.
Frente a la confianza que Habermas y Rawls
mantienen en el instrumento de la razón, a través de la teoría del discurso
(Habermas), o del acuerdo razonable (Ralws), Larmore presenta la realidad del
desacuerdo y la discrepancia entre los ciudadanos, y el hecho constatable de
que las capacidades generales de razón no tienden a producir siempre el
acuerdo, sino todo lo contrario, la controversia; y a pesar de ello se llega a
vivir juntos en la comunidad política-
En este capítulo expone Larmore las
características y diferencias básicas de
los liberalismos clásico y político. Los liberales clásicos presentaron el
individualismo como un rasgo básico en
nuestras sociedad y cultura, junto con la idea fundamental de cualquier lealtad
a una concreta concepción sobre el bien debía ser contingente y revisable sobre
la base de la reflexión. El movimiento Romántico, con su apreciación de de la
tradición y la base moral heredada, ponía en cuestión la supuesta ceguera moral
del liberalismo clásico. Para el liberalismo político el objetivo fundamental
será fijas los principios de asociación política en términos independientes y
aislados de convicciones religiosas, de nociones sustantivas de la vida buena,
o de concepciones comprehensivas.
El apartado tercero lo dedica Larmore al
análisis de la legitimidad política y el respeto moral, exponiendo cómo el
liberalismo político supone una superación de la filosofía individualista
mediante el desacuerdo razonable y la adopción de principios rectores aislados
de doctrinas filosóficas y religiosas, para de esa forma, siendo adecuadamente
aceptables para todos, pueda ser asegurado su cumplimiento incluso por el
empleo de la fuerza, independientemente de nuestra lealtad al ideal general
explicitado en el acuerdo razonable. Larmore sostiene aquí, como durante todo
el capítulo, que el acuerdo razonable no basta para la expectativa de
cumplimiento de los principios políticos, sino que la fuente de convicción y
legitimidad está en el principio de
respeto a las personas.
El apartado cuarto lo dedica Larmore a
denunciar lo que él llama “las ambigüedades de Rawls” y explicitar su
formulación del “principio de respeto de
las personas”, reclamando que el liberalismo político, a pesar de postularse
como concepcto aislado de influencias externas o de concepciones comprehensivas,
no puede aislarse por completo de su relación con la moralidad. El profesor de la Universidad de Brown
sostiene que el principio de respeto igual a las personas está en el corazón
del liberalismo político, y no porque desde el pluralismo lo encontremos, sino
porque ese mismo principio no obliga a buscar puntos en común en el pluralismo.
Larmore distingue entre la validez de los principios constitucionales que nos
damos en nuestra asociación política y
la norma de respecto a las personas, a la que dota de una clase más
profunda de validez. Para él el respeto a las personas debe ser considerado
como una norma que nos vincula independientemente de nuestra voluntad como
ciudadanos, disfrutando de una autoridad moral que nos hemos formado nosotros
mismos. Presenta el principio moral de respeto a las personas de la siguiente
manera: las reglas básicas de asociación política, que son coactivas por
naturaleza, deberían se tal que todos los ciudadanos sujetos a las mismas deban
ser capaces de vez la razón de su aprobación. En este punto trae a colación la
renuencia de Rawls a aceptar la autoridad de la moralidad, procediendo de forma ambigua a omitir su
tratamiento. Así encontramos al final de
su libro Teoría de la
Justicia las siguientes palabras: “yo no digo que la
concepción de la situación original carezca, en sí misma, de fuerza moral o que
la familia de conceptos en que se apoya sea estrictamente moral. Lo que hago
es, simplemente, dejar a un lado esta cuestión.” Y más adelante dice: “en este
sentido podemos decir que la humanidad tiene una naturaleza moral.” La
ambigüedad, la omisión de una respuesta inequívoca, está en no explicitar
claramente, por parte de Rawls, si debemos reconocer una autoridad moral más
alta que los principios políticos que alcanzamos en un consenso sobre
condiciones razonables. Larmore en este apartado se muestra implacable con
Rawls, imputándole error en su ambigüedad e idealización en la utilización de
la noción de acuerdo razonable dentro de
su liberalismo político.
La relación entre metafísica y política en
Habermas y Rawls ocupa el apartado 6 del capítulo. En él Larmore da cuenta de
los esfuerzos de Habermas por situarse dentro de una posición filosófica
“postmetafísica”. Para este pensador la edad de la metafísica y las visiones
religiosas del mundo ha terminado en el sentido más profundo del término, y es
la razón por sí misma, la que se presenta como finita, falible, procesal y
orientada hacia el acuerdo intersubjetivo. Habermas, fiel a la herencia
ilustrada, da a la razón naturaleza de autoridad, y elabora los conceptos de su
teoría discursiva y de autonomía política. El pensador alemán sostiene en este
sentido que el poder político sólo puede ser legitimado mediante discusiones
públicas en un espacio de ejercicios deliberativos libres y públicos, y que el
uso público de la razón en nuestras democracias modernas llega a constituir una
fuerza crítica de tal envergadura que desbarata todos los ámbitos
incuestionados. Rawls no compartía esta
confianza en la razón y consideraba que
el planteamiento de Habermas apelaba a una visión comprehensiva del mundo.
Larmore critica, también, la posición de Habermas al estimar necesario en
nuestro concepto del mundo un espacio para las entidades ideales, y entender que la noción de discusión ideal
no nos garantiza el acuerdo.
En los dos últimos apartados ( 8 y 9)
Larmore vuelve a insistir en el defecto en que convergen las posiciones de
Habermas y Rawls, que consiste, según él, en no aceptar la base moral del
liberalismo político. Particularmente entendemos que un análisis más pormenorizado
de la obra de Habermas, especialmente la dedicada a la filosofía del derecho,
nos dice otra cosa bien distinta.
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